Último día de navegación, 12’00 horas.
No importan las coordenadas.
El Nautilus se hunde.
Nos inundamos por momentos, los mecanismos del submarino fallan y la luz no llega a la profundidad en la que nos encontramos. Somos testigos de cómo la oscuridad lo invade todo, poco a poco. La tripulación ha puesto en marcha todos los planes de emergencia previstos, pero ninguno funciona, la nave no responde. Todos corren de un lado a otro con el desorden propio del pánico, buscan desesperados la grieta por donde creen que está entrando el agua.
A medida que avanza la sombra también avanza el caos. Nadie mira ya por nadie, la amistad parece haber huido hacia la superficie y los años de convivencia no pesan lo suficiente frente a la muerte. Se están deshumanizando al ritmo del hundimiento, venderían su alma al diablo a cambio de una burbuja de oxígeno que les diese tres minutos más para encontrar la forma de salvar el pellejo, o, sencillamente, tres minutos más.
Yo también tengo miedo, pero no busco la grieta, no existe, lo sé.
He visto el alma del Nautilus, está cansada. La búsqueda de misterios o el logro de secretas proezas han dejado de alimentar su existencia. Las vidas que alberga no las siente como propias, sino como simples células envejecidas que controlan su destino y le obligan a seguir navegando, a respirar para ellas. Es más humano que máquina, le pesa el tiempo y la soledad.
La nave se deshace como un castillo de arena al subir la marea. Se diluye, muda, en este páramo de agua.
A lo largo de estos años el Nautilus y yo hemos vivido en íntima comunión. Cuando caminaba por los pasillos notaba su compañía, pero, a medida que pasaba el tiempo, esa presencia se hizo más fuerte, hasta un punto en que llegué a sentir la necesidad de consultarle interiormente mis decisiones a la hora de manejarle, percibía una creciente humanidad que buscaba hacerse un hueco, y llegó un momento en que me negué a dejarme llevar por aquello. Yo no tenía que pedirle permiso a mi creación para controlarla. Rechacé aquella sensación por orgullo, sin darme cuenta de que el Nautilus necesitaba un compañero o un padre, no sentirse ajeno a nosotros, sino formar parte de la tripulación.
Por la noche, cuando no éramos más que cerebros desconectados, mi nave seguía manteniendo el rumbo, nos protegía y respetaba nuestro sueño. Nunca fue libre, teniendo el poder en sus manos jamás campó a sus anchas por el gran azul, no se rindió ante el cansancio o se entregó a su propio disfrute, y yo no he sabido responder a su llamada de socorro ni hacerme cargo de su soledad.
Desde ese momento solo me llegó su silencio; un silencio negro y resignado, sin retorno. Eché en falta su extraña compañía, pero tampoco me permití reconocerlo.
Ahora no entiendo mi absurda actitud. Le he amado siempre, desde que lo imaginé, cuando solo era un ambicioso proyecto, lo mejor que he hecho. Pero ya es tarde, le he fallado.
Mi nave muere de humana, se disuelve lentamente, sus paredes ya son tan finas como los propios papiros que esconde entre sus reliquias y que, en unos instantes, flotarán en la indigencia. Nosotros quedaremos suspendidos en la ingravidez, nos venderá a las aguas.
El mundo entero ha relatado la historia de nuestro fin de múltiples maneras, somos una leyenda. Están convencidos de que dejamos de sondear las profundidades hace mucho tiempo. Esa certeza ha sido nuestra mejor aliada, nos ha dado la tranquilidad de vivir libremente mientras nos llegaba el eco de lo que contaban de nosotros sin tener que huir de una constante búsqueda, pero ahora que el Nautilus agoniza realmente, solo habrá calma. Nunca conocerán la verdad. Nadie le llorará ni buscará en los abismos para profanar sus secretos, será del mar; como nosotros.
Dicen que el capitán nunca abandona su nave, y aquí me hallo, velando la agonía de mi hijo. Es mi nave la que me abandona. Capitán de la nada abrazo mi destino, que me mira cara a cara con ojos oscuros de insondable profundidad...
8 comentarios:
Hola Maria, se te echaba de menos en el blog.
Me ha gustado mucho como manejas los tiempos verbales, más aun cuando es uno de mis fallos en mis relatos.
Es ameno y se lee bien.
Ya sabes que mis preferencias se acercan a relatos muy visuales, que la lectura te lanza las imágenes, pero son obsesiones de cada uno, tipo Cien años de soledad, pero por ejemplo Tiempo de silencio de Luis Martin Santos es una prosa magnífica, y no es tan visual. Y como tantos otros ejemplos que conocemos.
Me agrada descubrir tu faceta de escritora de relatos.
Enhorabuena. Gracias por compartir.
Otras de mis obsesiones a la hora de leer y analizar un relato, es detectar los "cocodrilos que tiene el relato", imaginaros que estamos describiendo una escena en una habitación, " los visillos dejaban entrar la primera luz del día, la habitación se nos presentaba con suelos de madera, y un olor a antaño. Era amplia, pero mal organizada, descalzadora, cómoda, mesillas, una gran cama de época, una colcha excelente de ganchillo, y encima de la cama un enorme cocodrilo,...".
A partir de este momento el relato hace una inflexión, obliga a querer saber que va a pasar, causa sorpresa y extrañeza. Y, aunque es una opinión personal, el cuento debe tener cocodrilos repartidos en distintos momentos, para mantener la atención del lector.
Un abrazo.
A mi también me ha gustado mucho. A pesar de todo pongo una pega,y es con respecto a la extensión del texto. Esta historia es muy entretenida y muy bien escrita y sin embargo en el blog puede resultar pesada ya que se tarda mas de dos minutos en leerla.
De todas maneras me parece un gesto generoso por parte de María compartir este relato.
Enhorabuena doblemente a nuestra amiga.
Un abrazo.
Gracias Miguel Angel. Sí, en poesía suelo utilizar más la imagen, intentar que el lector vea lo que he visto o lo que he sentido, pero reconozco que en narrativa soy más reflexiva, tiendo a dejar alguna cuestión que pensar en manos del lector.
Con lo del "cocodrilo" también estoy de acuerdo, es una técnica para "pillar" al lector, lo he usado en algún texto, pero más largo. Supongo que también depende de lo que quieres conseguir con la historia. Yo en esta solo quiero contar, el final ya queda desvelado desde principio.
Te agradezco tus aportaciones y tu tiempo compañero, un abrazo.
¡Je,je, no lo había cronometrado!
Un abrazote Tino y gracias.
Dos minutos y seis segundos...¡satamente!
¡Ja,ja,ja!
Gracias por leerlo Jose Manuel.
Un abrazo.
Publicar un comentario