Hace un mes que nuestro tertuliano José Manuel Sito Lerate nos regaló su nuevo poemario, Pajarita ciega. (El exámen de ninguna respuesta a ciento de preguntas). Aprovecho el prólogo que para esta ocasión le hice para dejar en estas páginas una reseña de la obra en cuestión.
A PROPÓSITO DE UN “CIENTO DE PREGUNTAS”. REFLEXIÓN PRIMERA.
Tienes
en tus manos un puñado de versos, distribuidos en diecinueve poemas, que hablan de las inquietudes universales de cualquier
mortal bajo la sombra de la pregunta.
Un libro, titulado, Pajarita Ciega (el examen de ninguna respuesta a ciento de preguntas),
escrito por, el dramaturgo y poeta, José
Manuel Sito Lerate.
Antes
de decirte nada, quisiera advertirte que si solo nos detuviéramos en el título,
y en especial lo que está entre paréntesis, correríamos el riesgo de apreciar la mitad de lo que esta obra contiene. Es
verdad, que ante el título se tiene la sensación de estar ante un ensayo de
filosofía existencial e incluso ante la paradoja de una obra que pretende examinar lo que no tiene examen, el de ninguna respuesta a muchas preguntas. Lo
cierto es que en el título, todo está latente y que por tanto es la
justificación para invitarte, para invitarnos, a viajar por las inquietudes de
un poeta que, en cuartetos de versos endecasílabos y sugerentes aliteraciones,
plantea el hecho mismo de preguntar.
Es
a través de la pregunta, machacona, insistente, de un yo lírico como el poeta intentará
introducirte en una densa reflexión que se desliza por los contornos del
poemario entre pasos y pausas, donde la respuesta
puede parecer una extravagancia. La
pregunta, cualquiera de las preguntas, se expande en otras tantas equis preguntas, haciendo del preguntar un vicio. Es así como, el yo literario se desnuda de
corazas, ya que este estar sin coraza
responde desde los gestos,
en especial con una sonrisa. Aquí, en un
juego de contrarios, el corazón aparece como una calle, haciendo que
la voz literaria asevere que cada
pregunta es un inciso en el silencio y que esto nos lanza a mil sugerencias.
En
la obra que vas a leer se advierte un ir de los asuntos más triviales a los más
profundos donde el poeta intentará enfrentarte a una orla de temores, tiempos pasados, ironías del ayer,
sueños, esperas, respuestas frustradas. En realidad, la voz literaria que
interroga, aunque resulte paradójico, al
mismo tiempo responde. Este yo lírico, sin hacer espavientos, dice que somos
fabulación, que los mortales somos fábula y que en nuestras ensoñaciones preguntamos si en el mar hay flores o en el sol peces,
o si es sabio preguntarse. Así, la
voz literaria insistirá en preguntar a los poros de una piedra, o a las paredes
de hierbas salvajes, o a los seis lados de las rosas. Con estas preguntas,
aparentemente simples, el poeta nos enfrenta a sus símbolos: que los poros de la piedra- a veces -son los
rincones de nuestra realidad, o la hiedra
de las paredes-muros, nuestras mentiras, o la rosa de seis lados nuestros imposibles.
Es interesante como este poemario
empuja a enfrentar nuestros propios deseos, a mirar el sí mismo que no está en venta, porque el corazón es un regalo, un valor infinito imposible
de mercadear desde lo amado. Y en
este pujar por la existencia que aparece en la obra, se nos revela que la vida es como una subasta donde, al
final, siempre se gana. No hay respuesta, dice el yo literario, por muchas
preguntas que hagamos aunque estas la dirijamos al firmamento. Sin respuesta,
imposible dar explicación del
trasfondo de los que intentan mentir. En este devenir de las cuestiones, sólo
hay algo que consuela: la dulzura. Esta es como un amén que redondea cualquier respuesta.
Al
poeta, exigente con las preguntas, no le importan las respuestas. Por esto,
dirigiéndose a un tú literario, expresa su reparo
y vuelve a preguntar por lo plano o
lo abrupto, por la queja siempre
latente, por la verdad en la mentira,
por la confusión en la transparencia,
por esa incomprensión presente en el día a día, mientras más respiro-dice-. Y es así, como el yo literario, al que
llaman “el preguntas”, dirigiéndose a
un tú lírico –con tonos socráticos-, le dice si sabe que lo es mejor ignorar
porque, en este hecho, está el saber,
y porque esta ignorancia no deja de
estar impresa en el nombre de las cosas.
El
poemario, es un recorrido por los rincones de un pensamiento que quiere
averiguar dónde está la sombra de la duda, dónde la llave, como clave, del alma y la fortuna. Y entre
endecasílabos, aliteraciones y rimas asonantes, la voz literaria volverá a las
preguntas ante el hecho de estar solos,
y a los porqués de no tener respuestas sino llama
llameante que no aclara y quema la
interrogación. Por eso, en un siempre volver, todo se explica preguntando por el presente y
el pasado, por lo que somos, por lo que
fuimos, por las coordenadas que marcan el norte vital, -dice el poeta- , como está escrito.
Como
conclusión a esta sinfonía de versos que forman la obra de José Manuel Sito, la
única respuesta que encuentro, ante las preguntas que él manifiesta en
ella, es la del silencio. Porque esto es
lo que hace el poeta, ir subrayando el
silencio en medio de tanta pregunta repartida. Es el silencio, el que marca las pautas de la historia, la personal, que habla de lo que somos, de esa historia de casi un millón de besos de colores, esa
que, en definitiva, reduce el tiempo de la memoria. Por esto mismo, no importa si hay zozobras, ya que en el silencio se
advierte la soledad de océanos sin
ballenas, o huertos sin rosas, o el que no haya
mariposas, ni sangre en las venas.
Un silencio que empuja a seguir preguntándose, aunque la inquietud atente contra el propio yo y a este lo mantenga
dividido. La justificación a todo esto se expresa en el poema final con el imperativo del dime que remata este estado de inquietudes, a veces silentes, donde es
fácil advertir como en lo inconcreto se busca lo definido.
Antes
de dejar esta página del prólogo, que el autor me encargó escribir, quiero
agradecerle este honor de poder acercarme a su obra. Este hecho de prolongar
me ha dado la oportunidad de apreciar, entre los versos, la inquietud, la
sensibilidad de alguien que creía conocer y que a la postre desconocía. Y
aunque su forma de versificar no es la mía, no dejo de apreciar la excelencia
de estos endecasílabos que sirven, como estructura-continente, para la
reflexión sobre el hecho mismo del preguntar. Con este prólogo, José Manuel Sito Lerate, me ha
concedido el favor de mirar dentro de su
alma acercándome a sus interrogantes más lacerantes. Es laudable, y reitero mi
agradecimiento, el haberme permitido ser el primer lector que admire su obra, Pajarita
Ciega (el examen de ninguna respuesta a ciento de preguntas).
Te
recomiendo, a ti lector que te atreves a pisar el umbral de esta obra, que no tengas prisa por avanzar y terminar. Al
comenzar, hazlo despacio y sin reparos, déjate mecer por las preguntas que
nuestro autor lanza, y en el silencio- que muchas de ellas provocan- procura descubrir
las propias preguntas, esas que tú y yo no nos atrevemos a hacer a los otros y
mucho menos a hacernos.
1 comentario:
Grande, Sito... Le mando un fuerte abrazo y mi enhorabuena.
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