Hace
tiempo que tengo este nuevo poemario de Antonio Pacheco, poeta y hombre entero
donde los haya. Nuevo tertuliano de Página 72 a quien tuvimos el honor de
acompañar cuando presentó este libro titulado Solitaria Rosa de Tu Aliento, editado por Punto Rojo.
Al
mirar el título de portada, Solitaria
rosa de tu aliento; y los de
cabecera de cada uno de los capítulos, Tesoro
oculto mío y Otoño enajenado, se
advierte que estos versos-títulos
pertenecen al soneto de La dulce
queja de García Lorca. Estos, fuera de esteticismos vanos, son el contexto
perfecto para los versos de nuestro poeta.
El
libro tiene 32 poemas en la primera parte y 43 en la segunda. Todos ellos
escritos en versos libres y blancos, un continente que también albergan
estrofas cargadas de intimismo amatorio y, diría que, algunos de ellos, rozan
lo místico. Por místico entiendo ese transcender del alma a otros espacios
intangibles.
En
la primera parte, Tesoro oculto mío, los poemas se suceden en una cascada de
adverbios iniciales y de verbos en acción que nos llevan a apreciar la
sensibilidad de Antonio Pacheco. Un dialogo con el tú poético donde el yo
literario se muestra inquieto por alcanzar las metas desde el umbral solemne de
los sentidos. Es en este tramo donde el contexto de la naturaleza armoniza y
empuja al amor inalcanzable que nos retrotraen a los paisajes místicos del
cántico de Juan de la Cruz.
La
construcción de las estrofas, de esta parte se hace en una realidad puramente existencial como lo expresa ese “para
vivir/ te he vivido” donde los versos denotan un trasiego pasional. Y aquí, se da la terrible huida del amado para luego aparecer “en la sombra/ y en las ausencia”. El tono misterioso del tú nubla los sentidos de ese yo poético que dice no encontrar “el mar /ni la orilla”. A pesar de todo el yo descubre que esa
ausencia no es estéril porque “CRECIERON/
espigas.” La realidad se hace
patente. En esta mismo poema los versos terminan con la paradoja del todo y la
nada, con la expresión “Toda la cosecha/ cabe en tus manos”.
Por
otro lado, el tono metafísico de
esta primera parte se acentúa con el signo
de lo temporal en una estrofa donde aparece la acción en presente: “BESO el
enigma indescifrable/ del tiempo que declinan tus parpados.”-dice- el yo
poético. El recurso de lo misterioso hasta
para exponer las dudas, estas que se
saborean en la soledad “ante el vértice
afilado de tu nombre en tinieblas.” En este marco el yo literario declara
la acción de ese tú que es capaz de mirar los ojos “buscando el límite del frío.” Este frío encontrará más adelante
expresiones sinónimas como la de “las
nieves/ del abismo” un espacio perfecto para evocar el incendio. Curioso
paisaje este que ordena un “INCENDIAME/
en las nieves/ del abismo. / Que
mis cenizas/ se enfríen/ en tu olvido”,
marcando la paradoja de lo imposible.
La
segunda parte, Otoño enajenado, subrayara el hecho mismo de la existencia, unas veces rota en el decir de “DEMASIADAS pérdidas…cicatrices” que termina anotando unos versos
terribles, como estos en lo que se subraya el hecho de habitar “en el propio destierro”. Esas existencias,
cuya distancia se ignoran con tonos mitológicos con la evidencia de un Saturno
devorador. Una existencia que es “como un
árbol/ cuyas raíces / fueron sembradas en mi infancia”, y que
encuentra semejanzas en el tú “con un
paisaje de bruma adivinado/sobre el tedio sepia de las cartulinas”.
Y
en este marco del existir, aparece
otra vez, el olvido en el que el yo
dice dejar al tú poético, “sin icono
alguno/en el centro de mi cualidad/ tan impura. Tan perfecta.” Y junto al
olvido, el RECUERDO, ese de la “agonía en las remotas esperanzas” donde
el poeta parece apuntar a situaciones dolorosas de la separación. Magníficos los
versos que parecen apuntar a un hecho doloroso en el que se denuncia, al mismo
tiempo, lo injusto de la situación: “Recuerdo la impotencia/ y la rabia audaz de
las madres/ ante la cruel / metáfora del silencio/ pulcramente doblado en las maletas”. La rabia traducida en ejemplar silencio como
expresión de la dignidad. En este sentido, de explanar situaciones concretas, aparecen
unos versos que hablan de un ocultar “el
dolor en los armarios/ entre sombras/
final de temporada.”
En
esta segunda parte hay una pretensión, la del poeta, de descender a situaciones concretas, como las de la muerte que hace decir al yo poético,
“DELANTE de mis sobornadas
certezas/desfila/ mi triste funeral”. Y así, entre versos llenos de
nostalgia se llega a una declaración de la propia realidad: “A pesar de la acusación del frío/ los años/
no me convencieron / de que vivir/ no era nada más / que
un episodio mal calculado del absurdo.” Una realidad ante la que el yo
poético protesta y esa vez con unos versos de la existencia herida, como estos que dicen, en primera
persona, “TODOS mis suicidios/ cotidianos/ me dejaron heridas mal curadas.”
Terminará
esta segunda parte con dos poemas que preguntan y afirman este hecho de la
existencia-herida así, dice el poeta, “QUÉ
buscar/entre estas desahuciadas ruinas…” o “He perdido la brújula/ de tus ojos. /
Ahora no sé/ en qué lágrimas
habito.”
Al
final, de una lectura atenta de este poemario de Antonio Pacheco, es posible
que se tenga la sensación de haber recorrido muchos paisajes, muchos espacios
de la emoción, donde la búsqueda de lo auténtico nunca termina en el vacío sino
en una nueva pregunta o, mejor, en una duda,
como los citados versos que dicen no saber en qué dolor se habita. En
estas situaciones, el poeta ha dejado claro “que ha perdido la austeridad de las mentiras…/ y la caridad/ que abraza a los humildes.” Y que
además, sigue sin saber a dónde va…/”sonámbulo
de las horas/ Viajero de ida / y de
penumbras”. Pregunto, ¿habrá un segundo poemario en la que la ficción poética
resuelva las cuestiones que éste ha dejado abiertas? ¿O sencillamente la
intención es la de enfrentar al lector con la espiral de los duros
existenciales?
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