martes, 9 de octubre de 2012

Naturae barbacoa species plantarum


Sus pies colgaban como las jardineras de casa Amparo. Al vaivén de los silencios de la calle. Querían escapar de los botines de escarcha que ceñían sus dedos; dientes de león. Los cordones se deslizaban sobre un arcén cubierto de mala hierba biliosa, el glifosato comenzaba a aniquilarla. En breve se estremecerían, como las jardineras de casa Amparo cada septiembre. Los cordones reptarían entre las briznas, pretendiendo enraizarse con aquella tierra ámbar.

Bugainvilea (Bougainvillea Glabra)
Los papeles que tenía que rellenar estaban húmedos y olían como el ombligo de las tortugas. ¿Qué iba a saber una planta de rellenar formularios?
—Edad —y un conciso espacio en blanco—.
—¿De floración? —pensó—.

Debajo, un papel de copia de un verde apagado esperaba reproducir los trazos que intentaban las manos de megafilos. Imaginó aquella hoja verde separándose del original, anidando en su cuerpo, formándose en el tallo de su tronco humano.

Los mechones de su pelo se esfumaban en zarcillos de vid. Vibraban sobre una parra, tan insumisos y rizados como su pensamiento errático.

Ya había comenzado una fotosíntesis alimentada con los neones y las farolas; por riego el rocío que había acogido su piel y una lágrima martillo que caía esquivando sus dos rodillas.

Deseaba brotar.

Ojo de poeta (Thunbergia Alata)
Comenzaron a emanar gusanos de los dedos de los pies. Traté de ignorar lo que el hedor hacía evidente. Eran gusanos de diversos colores y distintas maniobras. Sentía sus andares y sus mordisquitos silentes como millares de rascadores de madera. Me reconfortaba ese balanceo, calmaba el picor que la arena producía en mis tobillos.

Los chasquidos del esqueleto producían unos espasmos que surgían del tuétano de mis huesos. Subían hasta la garganta, recorrían el mentón queriendo desprenderme de mi pellejo.

Antes acudieron bichos mayores: algunos portaban inmensas tenazas, otros dientes feroces que rasgaban los músculos. Los más benévolos lamían mis entrañas con una lengua de serpentina. Aquellas sí que eran cosquillas agradables.

Mis ojos, proteínas para las crisálidas, se vaciaron como dos globos de helio; emitiendo durante semanas un silbido efímero que se disipó una noche entre los cantos de los grillos. Aquello no me causó ningún daño, hacía bastante tiempo que todo se había vuelto oscuro.

—Las plantas tampoco pueden verte —idealicé—.

Chamedorea (Chamaedorea Elegans)
Ella no olvidaba que también estaba en el jardín, germinando cada pizca de tierra con sus pies, que se abrían paso entre rocas y greda. Su tallo cimentaba en el espacio, desplegando sus cloroplastos para sortear al sombreo. Se abría a cada estación para aprovechar sus recursos y se adaptaba a ellas.

Ahora que era una planta muchos detalles se le escapaban del conocimiento. Se había vuelto tarambana y rebelde como las agujas de las coníferas. Dedicaba sus ciclos a buscar la humedad de la tierra, a bañarse en la luz y broncearse de clorofila. Quería arraigar en él, pero ahora que era una planta sus deseos y su memoria dependían del riego; se tornaban yermos o húmedos en función de la lluvia.

Las yemas de sus caderas buscaban nuevos injertos. Anhelaba la luz, cada gota; que sus piernas llegaran a la tierra y rodearan su piel.

Ahora que era una planta no requería otros riegos, solo los de aquella tierra oscura cubierta de su sabor, de su presencia, necesitaba llegar a él. Las plantas olvidan tan fácilmente que en cualquier momento podría perder aquel recuerdo. Aún recordaba el aroma del café de la mañana.

—Ahora que soy una planta podría olvidarte —pensaron sus esporas—.


Romero (Rosmarinus officinalis)
Acercándose el alivio a la nieve de mis labios regresaron los grillos. Intentaban mofarse de mi suerte. Anidaron en mis tímpanos con su cri-cri desesperante. Nuevas especies saboreaban mis jugos, se alternaban en un orden preciso y pactado, parecían retirarse a un unísono —ahora te toca a ti—.

Distintos olores me acompañaban: los propios eran martillos pestilentes que ya formaban parte de mi esencia; los ajenos, de todo tipo de suertes, trataban de convertirse en abono e infiltrarse en la floración. Pensaba que los muertos no podíamos sentir el olor de la muerte, pero aquella tierra siempre había recogido los aromas de cada esencia, conmigo no iba a ser diferente.

Cuando llegaron bálsamos de rosas frías y tallos frescos los grillos dejaron de incordiar. Habitaron algunas raíces sobre mí: rodearon suavemente mis muslos y mi pecho. Acariciaron mi rostro. Besaron las heridas con su aloína. Me hicieron el amor.

Había llegado tu primavera.

Siempreviva (Helychrysum Bracteatum)
Las plantas son así, tienen vacíos los estantes y demasiadas telarañas en el pelo. Enraízan en tu vientre y beben de su serrín para hacerte el amor; te necesitan.

Cuando llegó a su tierra calmó su agonía durante un instante, se fundió en su calcio y bebió de sus minerales como un comensal más. No dejó sitio para otros parásitos. Engulló cada jirón de su ropa, cada célula de su piel. Se alimentó de su abono hasta integrarlo en su savia.

Las plantas son así. En ocasiones se esconden bajo la tierra, y los bulbos hibernan esperando otra ocasión más benévola. Otras veces se rinden ante la escasez de agua; y se secan.

Las plantas somos como la memoria, que intenta aferrarse a un espacio inexistente, a un espacio que se va difuminando en nuestros sueños, que se seca —como las hojas caducas— en el pensamiento de los estanques. Llegó mi otoño, hizo de mí un mordisco al aire.

Pero, ¿qué saben las plantas de pasión? ¿Qué sabemos las plantas de pasión?

Enouianto (Enkyanthus Campanulatus)
Un —Buenos días— acompaña a una cordialidad de barbacoa, un cariño mecánico de siete de la mañana.

No contesto. Lleno mi taza de café hasta que rebosa el platillo que la contiene. El hilillo forma un torrente que se precipita en el suelo de la cocina. Ella me mira. Me hago el idiota. Parezco idiota. Soy idiota.

Un cariño de barbacoa; una casa de amparo. Unos balcones con jardineras muertas.

Es difícil evitar que los muertos estemos muertos.

5 comentarios:

Manuel Romero Higes dijo...

Esta noche recojo el Premio en el Hernán Cortés por "Naturae barbacoa species plantarum" y me marcho a Chiclana del tirón para celebrarlo.

María Blázquez dijo...

¡Olé! ¡Disfrútalo!
Abrazos.

Trinidad Ródenas Alcón dijo...

Enhorabuena y buen viaje. Besitos

faustino lobato dijo...

Que lo pases muy bien. Enhorabuena por este premio. Abrazotes.

faustino lobato dijo...

De todos los rincones del "jardin" de este relatorio me guardo este por lo significativo y sugerente: "Las plantas somos como la memoria, que intenta aferrarse a un espacio inexistente, a un espacio que se va difuminando en nuestros sueños, que se seca —como las hojas caducas— en el pensamiento de los estanques. Llegó mi otoño, hizo de mí un mordisco al aire."
Todo me parece muy bueno. Manuel, cuánta realidad hay entre líneas, cuánta prosa en versos simbolizando
vidas.
No dejes de escribir y de mandarnos estos mensajes existenciales que nos empujan a encarar la vida, como las plantas, esa parte de la Physis que los antiguos griegos estudiaron tan bien.
Un abrazote.
Tino