domingo, 3 de abril de 2011
La disección de un relato. Diálogo con José Enrique Campillo.
En la tertulia del día 11 de marzo nos encontramos ante un escritor, José Enrique Campillo, forjado en el esfuerzo y la paciencia, por no decir también en la humildad y en el saber hacer, fruto de un estar siempre dispuesto a aprender a pesar de haber cosechados éxitos con títulos de divulgación científica, como El Mono obeso (Crítica 2004), su ensayo más conocido; La cadera de Eva (Crítica 2006) y Comer sano para vivir más y mejor (Destino 2010). José Enrique sigue escribiendo con ese talante esforzado y metódico que le ha llevándole a ganar el XXIV Premio de Narraciones Breves Antonio Machado (2000) con el relato El apeadero y ser finalista, tres años más tarde, en el XVII premio “Max Aub” con el cuento El tío Vito.
Como médico y científico no ha ahorrado tiempo para dedicárselo a su afición por la historia de la medicina combinada con literatura, buen exponente de ello son sus obras Francisco Hernández el descubrimiento científico de El Nuevo Mundo y más tarde con una novela, deliciosa e intrigante, como esa de El elixir del fin del mundo que recomiendo vivamente.
Esta tertulia del día 11 fue de esas donde el escritor-tertuliano, bajándose de cualquier ficticia aureola de éxitos cosechados, deja que su escrito lo diseccionen, con cierto pudor y respeto, sus contertulianos. En este día se trataba de mirar en la palestra de autor un cuento: Jirones de vida donde Campillo habla de Sebastian un viejo republicano que en los últimos momentos de su vida recuerda otros tiempos mejores, aquellos de postguerras cuando el amor le ayudaba a seguir mientras vivía huido en el monte. Una narración donde el deseo de vivir y los ideales se mezclan con la apatía estoica de dejarse llevar por las circunstancias.
Siguiendo el esquema previsto alguien le hizo notar los fallos de forma que la narración tenía. José anotaba las indicaciones con la prontitud del buen discípulo. Los tertulianos se convertían en lectores exigentes mostrando sus anotaciones literarias al autor.
Cuando se le preguntó por la pretensión de hacer algo sobre la memoria histórica, Jose Enrique indica que no es esa la principal intención de su narración sino otra más sencilla: la de contar historias de personajes que le van apareciendo. Se siente “medium” de seres que vivieron y no quieren desaparecer.
No evita el relato la posibilidad de hablar del carácter de los extremeños este Sebastian del cuento tiene las características del hombre cacereño que el autor conoce bien, su trazo es parecido al de los vecinos de Las viñas de las Matas, pueblo natal de Campillo cerca de Arroyo de la Luz.
Dentro de los valores que se apuntan en el cuento es el del dialogo ante la vida siendo por contraste la realidad de la muerte la que tiene una presencia vicaria en este cuento. Es por eso que muchas de las sugerencias se centraron en el final de la narración sobre todo en ese tender al vacío e incluso a una reflexión encontrada del nihilismo, del sinsentido vital. En este final la tragedia, en su sentido más amplio, toma cuerpo con el suicidio. Ante esto alguien le comenta sobre cómo acabar de otra forma menos rotunda y absoluta e incluso menos previsible. Todos concertamos en decir que el final era muy bueno a pesar que quedaban algunas cuestiones por engranar.
El dialogo fue sereno y enriquecedor lleno de advertencias y aclaraciones sobre como sugerir y no decirlo todo. El lector tiene que imaginar. Quedó claro que a veces es más importante indicar qué pasa que a quién le pasa. Y lo que se subrayó, entre indicaciones de forma y de contenido, es que las emociones tienen que resaltarse más con el objeto de hacer que los lectores se identifiquen con los personajes.
En definitiva, todas las sugerencias sesudas e inteligentes que se le hcieron al escritor Campillo éste no las desdeñó en ningún momento. Por ello, la historia de Sebastian terminará por ser la historia que José Enrique Campillo quiere contar además de ser la historia de todos, con tonalidades universales de lo vital- necesario. Pronto o nunca veremos esta narración de Jirones de vida pero lo que sí hemos comprobado, una vez más, que escribir requiere la paciencia y el sufrimiento del tejedor de alfombras que solo ve los nudos dejando la belleza para los otros.
Sea como sea la discusión de este texto hizo que todos creciéramos un poco más junto a la afabilidad de José Enrique Campillo y su sencillez para acoger las indicaciones con la característica socrática de la docta ignorancia. Una vez más disfrutamos en el estar juntos los primeros viernes de cada mes.
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