Era todo un espectáculo circular por el pueblo en ese momento del día. La luz vespertina matizaba el amarillo picante matinal y le otorgaba a las apacibles callejuelas un tono azafranado -dulzón, pero bochornoso-, mientras la atmósfera era invadida por libélulas rojas con las alitas transparentes que podían salir de cualquier rincón, como si ellas también hubiesen sido liberadas de su encierro y se dirigiesen todas, en tropel, a conquistar el aire. Se posaban en el manillar de la bicicleta y se acercaban, sedientas, al brocal de los pozos y a los cubos repletos de agua que había en los huertos, buscando el fluido bienhechor que las aliviase, pero algunas se acercaban tanto que caían en él, y, al pegarse sus alas, morían ahogadas por aquel mismo que había de salvarlas.
Allí las llamaban caballitos del diablo.
4 comentarios:
Qué tacto... Qué precisión. Todo un regalo para endulzar las pupilas, un saludo!
Muchas gracias Miguel,son recuerdos de la niñez que voy plasmando en letras.
¡Un saludo!
María, interesante reportaje de esa instantánea de la infancia...Me gustó. Sin embargo arreglaría estas expresiones:
"buscando el fluido bienhechor que las aliviase, pero algunas se acercaban tanto que caían en él, y, al pegarse sus alas, morían ahogadas por aquel mismo que había de salvarlas."
empezando por los adjetivos...y seguirá por "que caía en el fluido salvador"... "y moría ahogadas en ese mismo fluido", es decir en el agua...
Estas expresiones están un tanto atropelladas...
Un abrazote.
¡Gracias Tino! El texto es un fragmento de una historia más larga, recuerdos de la infancia mezclados con fantasía. Ya os iré dejando algún recorte que otro.
Un abrazote.
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