Después del descanso de la
Semana Santa, el sábado 11 de abril, volvimos a reunirnos en Página 72. Esta vez
nos convocaban los versos de José Manuel Martín Portales, un escritor cordobés
afincado en nuestra tierra. Éste vive desde hace unos años en Atalaya, cerca de
Zafra.
La reunión comenzó con el
consabido “Cajón de sastre”, ese momento que los
tertulianos dedicamos a hablar de
asuntos miles en torno a literatos y literaturas. Este día el Csse
centró en la reciente publicación del poemario, Algebra esencial, de
nuestra tertuliana Milagrosa Ortega. Mila regaló a los tertulianos
presentes esta publicación de la Editora
Regional. De este poemario no se comentó mucho más que aquello que su autora quiso decirnos a modo de
introducción. La próxima tertulia, la del 9 de mayo, se dedicará toda ella a
esta obra. Algebra esencial. Os adelanto, que este es un poemario algo
más que interesante. Merece la pena hacer una lectura detenida y un comentario
sosegado de la obra de nuestra tertuliana.
Una vez finalizado el Cs, Patro, nuestra
tertuliana de Zafra, nos presentó a su amigo José Manuel Martín Portales. Para
nosotros ha sido una suerte y en este caso, también un honor, que Patro y
Fernando nos pusieran en contacto con José Manuel. Este siguió a la
presentación, sentida y amable, que Patrocinio hizo de él comentando cómo y por
qué recabó en el pueblo de Atalaya.
Todo remonta a los años 20 del
siglo pasado, cuando su abuelo ingresó en el ejército en Córdoba y terminó
casándose en Úbeda. Desde entonces el abuelo no volvió a su tierra con la
familia. Pasado el tiempo --cuenta José Manuel-- un familiar de Atalaya fue a
hacer el servicio militar destinado en Cerro Muriano, cerca de Córdoba, y es
aquí donde comienza el reencuentro con la familia de Extremadura y las
continuas idas y venidas al pueblo. Muere su padre cuando tenía doce años, y es
cuando, entre la soledad y el amor imaginado del adolescente, surge la
escritura.
Hay que decir que a nuestro
invitado le cuesta trabajo hablar de ser escritor. “No puedo considerarme un
escritor, porque un escritor dialoga con la cultura y yo lo que intento hacer
es dialogar con la existencia” –comenta.
José Manuel alaba la influencia
de su madre en los duros años del comienzo de su juventud, que terminó con la
urgencia de encontrar el silencio interior que le ayudara a afrontar el futuro.
Necesitaba ser ermitaño e ingresó en los Carmelitas Descalzos.
A la muerte de
la abuela, la familia tiene que reubicarse y José Manuel decide no seguir los
estudios de teología. Llegaron los momentos duros de ayudar. Y terminó
trabajando en un polígono industrial a las afueras de Córdoba. “Creo que he
sido una especie de ermitaño en un polígono”, afirma. A pesar de estas
desafortunadas incidencias vitales que la familia tiene que afrontar, él ya había
decidido dejar la vida religiosa.
Es aquí, en un polígono industrial, donde
comienza su auténtica formación. Las raíces de su poética hay que buscarlas
aquí, como él mismo confiesa. “Mi experiencia poética no viene de la
universidad ni de la academia, ni de ateneos ni de tendencias estéticas, sino
de las naves industriales donde he pasado treinta años, con plena conciencia de
la esclavitud que he tenido que soportar para sobrevivir”.
Comenzó trabajando de chico que
recogía papeles sucios en una imprenta y terminó siendo corrector y montador de
páginas del equipo del entonces taller del diario La Voz, que años después pasaría a imprimir el Diario Córdoba, donde nuestro autor terminó siendo redactor. El
trabajo empezó a ser tan exigente que le impidió terminar sus estudios de
Historia en la Universidad. Otro punto más en esta carrera del escritor en
ciernes, que nos confesó la tremenda decepción que sufrió durante esos años, al
comprobar que “los mercaderes se terminaban beneficiando de los sacrificios de
los trabajadores que aún creían en una prensa libre al servicio de la verdadera
democracia”.
La lectura fue imprescindible en
este largo periodo de trabajador “ermitaño”.
El diálogo con los libros, al margen de cualquier rango universitario, ha sido
fundamental en el crecimiento del hombre José Manuel, que hoy se alegra de no
haber seguido unos estudios reglados ya que la Universidad le hubiera orientado
hacia otro camino muy diferente al que está recorriendo ahora. Es quizás por
esto por lo que nuestro autor pone en crisis el concepto de cultura y piensa
que la poesía no va por ahí, aunque muchos poetas aspiren a ser escritores.
José Manuel, que nos resumió una
parte de su vida especialmente importante para entender su obra, se refirió
después a su modo de entender la experiencia poética, una “experiencia de la
conciencia”, que dijo alternativa y radicalmente diferente a la “experiencia de
la razón”. Su ars poética manifiesta
este conflicto interno. Estas palabras me recordaban al fenomenólogo Husserl.
Para José Manuel la aparición del poema tiene
que ver con la aparición de la conciencia, y la aparición de la conciencia es “un
estadio posterior y aún incipiente” en el proceso que creíamos que había
culminado con la razón. Por eso el poema es muy incómodo para la racionalidad.
“La poesía es una experiencia genuina de la conciencia, y la conciencia un
estadio de la existencia donde la supervivencia ya no es el horizonte”, afirma.
Así lo expresa en el poema introductorio de Patio
interior, con estos versos
He
dicho que la pureza es un asunto turbio
…
Nada
tiene que ver con la virtud del hombre
…
yo
he dicho y he pensado y he escrito poemas
y
sé bien que los dioses nunca van a entenderlo
agradezco a los ángeles que
mantengan silencio
lo último que quiero es que
alguien responda
Para José Manuel la experiencia
poética es la experiencia de la conciencia que sitúa al hombre en el horizonte
de la pregunta como pregunta. Responder
es frustrar. Ahora, estas palabras recordaban a Heidegger. Aunque nuestro autor
nos manifestó muchos reparos ante el filósofo alemán, del que dijo que utilizó
a la poesía para sus fines filosóficos y “puso al poema a los pies del
pensamiento, en lugar de poner el pensamiento a los pies del poema”. Esta afirmación da para otra tertulia ya que habría mucho que matizar
¿Qué
es un poema? Seguía preguntado nuestro autor. “El poema es
algo así como un estado de tensión del lenguaje donde es posible que aparezca
la palabra”. Porque “la palabra es posterior al lenguaje, de igual forma que la
pregunta de la conciencia es posterior a las repuestas de la razón”. La
pregunta es un clamor necesario que nada puede acallar. El misterio no tiene
respuesta.
La experiencia poética tiene que ver con una especie de fractura,
algo insólito que se está produciendo en el seno de la facticidad. Todos
vivimos, siguió argumentando, en el horizonte de la respuesta cultural, por eso
el poema es un malestar y una extrañeza. “El problema es que la cultura ha
domesticado literariamente al poema, ha engatusado al poeta prometiéndole los
honores del escritor, y por eso vivimos en una absoluta confusión, que es un
terreno propicio para que sobrevivan los más hábiles”. Y es que la razón es
incapaz de abarcar esta experiencia singular. Es aquí donde José Manuel, en
este relato del arte poético, nos subrayó que, aunque parezca paradójico, la
poesía puede y debe situarse más allá de la propia literatura e incluso contra
ella.
El lenguaje, subrayó, es
anterior a la palabra. La palabra como signo de la conciencia. El poema surge,
desde otro punto de vista, cuando la palabra da un golpe en el lenguaje y
produce una especie de estallido en el discurso de la razón.
La experiencia
poética es diferente a la experiencia racional y evita ser usurpada por la
racionalidad. Es en este momento cuando el discurso de José Manuel fue cortado
por la intervención de una tertuliana preguntando por la emoción, por el lugar
que ocupa la emoción en su poesía. Martín
Portales intentó responder diciendo que “la emoción y los sentimientos son en
realidad experiencias extrañas que debieran sacarnos del ‘mundo interpretado’,
como decía Rilke, y conducirnos al misterio que somos, pero desgraciadamente la
racionalidad se ha ocupado de controlarlas, hasta el punto de que pensamos que
las emociones nos ocurren a nosotros, a nuestro yo, en lugar de entender que
son experiencias de salida urgente del yo-controlador diseñado por la
racionalidad”. Generalmente, dijo, “todo lo radical lo evitamos y controlamos.
Y es aquí --siguió—donde se percibe la extrañeza de la conciencia”, que pone en
tela de juicio el salvavidas racional.
José Manuel siguió reflexionando sobre esta búsqueda de
sentido, --que va mucho más allá de la práctica racionalidad diseñada para
la supervivencia--, que tiene como soporte a la propia conciencia. “Pero el
conflicto es inevitable, porque evidentemente todos nacemos en una determinada
cultura, que es la que nos ofrece las respuestas, incluso a preguntas que aún no
nos hemos hecho”. El poeta, entonces, tiene, a su entender, “un grave conflicto
con la literatura, porque es inevitable que los contenidos culturales afloren y
quieran imponerse sobre el poema”. Por eso, “en el momento actual de nuestra
cultura occidental, el poema no puede ser otra cosa que una lucha de la palabra
contra el lenguaje, de la conciencia contra la razón, de la poesía contra la
literatura”.
Después de esta charla sobre la realidad existencial de la
poética, los tertulianos comenzamos la ronda de preguntas. Todos nos dimos
cuenta que no estábamos ante un escritor al uso sino ante alguien excepcional,
difícil de catalogar. Las preguntas rondaron entorno al poemario Patio interior, editado por Pre-Textos, que
nos había propuesto nuestro autor. Es de agradecer la complicidad que durante
casi dos horas mantuvo con los tertulianos. Algunos, comentaron que había
sido un revulsivo interior.
Volviendo a las preguntas por el
poemario, se dijo que uno de los poemas: Alma era el que parecía recoger
todo el contenido del mismo. Los versos finales así lo sugieren:
…
porque todo silencio engendra una hermosura/
porque
todo clamor es hijo de la nada.
El poeta, haciendo hermenéutica
de su propio escrito, dijo que precisamente Alma es un concepto inventado
por la racionalidad para decir lo que no sabe, es decir, para creer que sabe lo
que no sabe. Es, en realidad, parte de ese orgullo racional que quiere nombrar
lo innombrable. En concreto --apunta José Manuel— nombro para adentrarme en lo que no sé, no para intentar saber más.
De esta forma la poesía se convierte en contracultura.
Se le hizo otra pregunta: Si el amor puede salvar el mundo, ¿dónde
está la fuerza de los sentimientos? El poeta respondió de una forma un
tanto nietzscheana, diciendo que el amor es otras de las palabras desactivadas,
es decir, culturizadas. Este, el amor, es un concepto, una sublimación de la
soledad. El amor aparece como una compensación, como un equilibrio.
Desde el
punto de vista del poeta “el amor es un horizonte de posibilidad, una
relacionalidad posible, no fáctica. Es algo que debe estar ocurriendo ahora en
el seno de la totalidad, porque si no es inexplicable que haya aparecido una
conciencia, una pregunta sin respuesta”. Es la experiencia capaz de algo totalmente
nuevo que va mucho más allá del pensamiento. “El amor es la única experiencia
que crea una posibilidad, que crea aquello que todavía no existe. Por eso me
resulta imposible hablar de amor si estamos refiriéndonos al ser, al poder, al
yo, a la verdad, a la razón, todo eso que precisamente se caracteriza por su
afán de presencia y de eficacia”. “Los amantes –continúa-- caminan
irremediablemente hacia el no-ser, son los únicos que pueden alcanzar ese
estadio de existencia, porque solo desde ahí se abrirán a lo posible”. Pero
claro, “desde la cultura, el amor es un sentimiento del yo que promete lograr
la cuadratura del círculo: el equilibrio perfecto entre donación y apropiación,
es decir, lo justo para no querer salir de ahí”.
José Manuel se nos mostró como alguien que está en continuo cambio.
Nada de lo que escribe lo hace desde la racionalidad sino desde la emoción y la
vitalidad de una intuición que rehúye la conceptualización y la momificación de
los sentimientos en palabras.
Volviendo al poemario, se anotó
que este tiene unos finales redondos. En definitiva, Patio interior es algo
más que un poemario, es el encuentro con las emociones del poeta. Sus tres
partes nos llevan de la mano por esos vericuetos de la existencia, casi mística.
En la primera parte, comienza hablándonos de la luz y de la imposibilidad de
ser sin ella, para seguir en el centro de esta sección con un poema, en versos
endecasílabos a lo Garcilaso, que nos habla del silencio. Terminará este primer
apartado con unos versos sobre la ternura, en el poema Beso, que reconoce de qué
manera apenas existía. Y es que José Manuel no deja de invitarnos a entrar,
también en este libro de versos, en esa extrañeza de la que nos fue hablando en
la tertulia.
En la segunda parte, nos adentra en ese sentimiento de la fractura
ante la razón y nos habla del silencio, incluso con la estructura y colocación
de los versos. Precisos son estos versos de Agua
en la que no solo las violetas crecen y las hojas de los árboles están por
caer, recordando de una forma maravillosa los tránsitos de la temporalidad hacia
el necesario otoño:
De
repente la risa
bordeando
el olvido
los
relojes
de
seda
las
campanas
de
limo
de
repente los montes
sangrando
los ríos
y
agua por todas partes ahogando los sentidos
Con este poema se entiende muy
bien el sentido de la emoción, respondiendo así a la pregunta sobre ella. La
tercera parte cierra el poemario con cuatro poemas que parecen hablar de los
contraluces necesarios, incluso en la
imperfección de la calma / mi cuerpo es una falsa costumbre. Así se expresa
en el poema Contraluz:
Me
alimenta tu piedad hecha de carne y música
tu
forma de despedirte en cada abrazo.
Quiero agradecer, una vez más,
en nombre propio y en el de todos los tertulianos, la presencia de este autor,
poeta, ahora amigo y dispuesto a acompañarnos más veces en este camino de
Página 72.
Igual que siempre, las ausencias
fueron sentidas.
1 comentario:
Gran mañana la que pasamos!
Gracias Tino por el resumen.
Abrazos.
Daniel.
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