Hace unos días tuve el honor de presentar la obra De puertas adentro, de mi amigo y contertulio de Página 72 Jose Manuel Vivas. He aquí lo que comenté:
1.
1. José Manuel Vivas. Su obra. Su trayectoria.
De entrada hay que decir que José
Manuel Vivas es un poeta maduro, un hombre inquieto y comprometido, que sabe poner versos a la vida. Un escritor capaz de emocionarnos e incluso de no dejarnos indiferente ante su poesía.
Nuestro
autor es un hombre prolijo en este arte del construir versos. Desde 1998 no ha dejado de publicar y de ser
premiado. Así, lo comprobamos desde aquel primer premio, Adolfo Vargas Cienfuego, con la obra “Los
bordes del abismo” y publicada en la Editorial Universitas, hasta el
momento, con la obra que presentamos esta tarde y premiada por Entreescritores.com
como mejor poemario del año 2014.
2. La obra De puertas adentro.
Momento de madurez del poeta.
La
obra De puertas adentro, pertenece-como he dicho- al momento de
madurez del poeta.
Prologada
por David Benedicte el que, con la ironía que le caracteriza, prohíbe asomarse
al interior de este poemario. Comparto algunas de las razones de esta ironía, como
esta que dice que leer a nuestro autor “es como saltar, sin paracaídas, de
un avión.” Esto qué significa, ¿que leer estos poemas es arriesgado, una
aventura? Tiene el riesgo de la evocación y del examen, el riesgo de asumir
todo aquello que los versos dicen directamente a la conciencia. No podemos escapar a que estos versos nos
atrapen y nos lancen a vivir la aventura de lo diferente.
Pero
entremos en esta obra, premiada por Entreescritores.com y publicada por
la editorial Mandala. Para ir analizando sin perdernos es importante acudir a
la propia organización del libro de poemas. Este se organiza en tres
apartados, cada uno de ellos muy definidos y con un poema introductorio “desde un tiempo ancestral…” Los
apartados son bloques de poemas, capítulos: Puertas adentro; refugio de la
tristeza; la voz incendiada. Ante estos capítulos, y desde mi
consideración de lector, tengo la sensación, después de haberlos leído, que en
realidad son tres pequeños poemarios reunidos en un solo volumen. Cada uno de
estos capítulos nos adentran, de manera diferente, en la intimidad de “ese bípedo animal solitario” que es el ser
humano existiendo. En realidad, es un libro que subraya el hecho mismo de la
existencia.
De esta forma:
a)
En el primer apartado, De puertas adentro el sujeto, el “yo
literario”, desde su visión intimista de la realidad, establece una diferencia entre “la ciudad…universo de
calles insondables” y la casa, “refugio de sombras, escudo de paredes tibias”. Una situación, esta, de puertas adentro donde el hombre se descubre, con la ansiedad de quien le reclama, ante sus
miedos.
Así,
en este espacio, primero se establece una tensión
entre lo exterior y lo interior
creando un diálogo intimista, una
reflexión atrevida y valiente. De esta forma, la calle- sinonimia de la ciudad- se convierte en un lugar de ruidos, “de gestos leves”
que obliga a regresar a la intimidad
del “cálido refugio de la casa”. Y
es, en segundo lugar, en esta situación
de lo íntimo, donde “los silencios de la vida abren zanjas de amor sobre las hogueras de la tristeza”,
en la que el propio yo, en su mismidad, se observa incapaz de recordar “la mirada primera”. Es aquí, en este contexto privilegiado de la
casa y en silencio, como nace el poema. De esta forma, el “yo literario”, asombrado de sí mismo, expresa
que “el poema-viene- desbocado/ con afán
de provocación y cierta lujuria.”
Y
además, aparece el hombre soñando desde esa “habitación de ventanas opacas”…,
en la que evoca la memoria de lo que
fue “como mar herido de tormentas”. Una
inmensidad quebrada por lo frágil. Aparece, un ser que habla consigo mismo, de
puertas adentro, sintiendo que “todo lo
que habita en la casa…/ todo cuanto se respira y se atisba”, le pertenece.
La casa es su cuerpo, “ferozmente sitiada”.
En
resumen, se observa que en este primer
capítulo se esboza un registro
existencial que conduce al lector a reflexionar-con esas cadencias del
diálogo interior- sobre ese estado de
sitio en el que los humanos, la mayoría de las veces, nos encontramos en la
vida. Estar sitiado es una imagen magnifica que habla de resistir en medio de
la debilidad. Admitirlo, como lo hace este “yo
poético” de la obra, es crecer. Por esto mismo, quien vea en los poemas un
sesgo de nostalgia o desesperanza, aunque lo haya, se engaña. En realidad lo
que sí hay es una visión atrevida, una
pauta para afrontar los propios miedos.
b)
En el segundo apartado, el poeta
recobra las referencias más queridas y en un alarde de meta-poesía algunos versos toman como objeto, como
protagonista, al propio hacer poético. Este “hacer” es como un “dejarse abierta la ventana del poema” para que “estrofas y rimas” se depositen “despacio entre las páginas” del libro; o
es como dejar “abierto el grifo del poema” para ser capaz de
recoger con las propias manos “un
manantial de versos y sílabas desperdigadas. “ Este es el contexto en el
que, por un lado, las llamadas se
vuelven trascendentales capaz de hacer que baje “ de las azoteas y de la vida / entre peldaños rotos y palabras vanas/…” aunque no se
encuentre la voz que nombra y ni siquiera el nombre…; Y por otro, la nostalgia, en el recuerdo de
momentos mejores, se hace patente, sobre todo en los versos finales de este
apartado, en los que aparece la figura del padre que hace “crucigramas todos los días…” hasta vestirlos “de palabras hermosas/ de sílabas azules…” Y es en el recordar ese
hecho del “crucigrama”, cuando el “yo
literario” nos enfrenta al laberinto
blanco y negro donde es posible buscar “el
oscuro nombre de la muerte/ que no sabe de adivinanzas/ ni de jeroglíficos”.
En este segundo capítulo vuelve la voz de la casa pero esta ya no es refugio desde donde se
observa sino un lugar no habitado a donde se llega. Esta es, ahora, una casa con ventanas cerradas por las
que se deja “entrever un hilo de luz quejosa y cansada”. Ahora,
la casa, a la que se vuelve en la que la “presencia
de memorias enclaustradas/ parece elevarse sobre sillas…” y en la que el “silencio preside las horas…/ por aquel
bagaje de recuerdos ebrios…” es una casa que es mejor dejar y cerrar de nuevo haciendo que “el polvo vuelva al polvo”. Y es en esta mirada llena de tristeza y recuerdos
donde aparece la otra figura de cercanía,
la de la madre. Estos versos aparecen en el ecuador del libro, en la página
50
Miré tus manos en donde descansaban las viejas fotografías,
el pañuelo
bordado y las cartas de amor;
y me
miraste de nuevo con tibia ternura,
mientras acariciabas con tus labios mi
rostros húmedo,
absorto aún por la melancolía y los recuerdos,
camuflados
en la memoria desposeída del tiempo.
Es
en este segundo capítulo donde el “yo
literario” se hace refractario a la vida que pasa y admite la fragilidad: por un lado, en el hecho
de habitar en la tristeza: “naufrago de la derrota, / esclavos de sus dedos de fuego…”; y por otro, en el endeble tránsito
de los recuerdos al centro mismo del ser, donde el poeta se reconoce al
dictar “con su lengua/ el enjuague
taciturno de la palabra, / (libertad, rosa, piedra, mar, nostalgia) y se
acerca por detrás y me toca/ sin
nombrarme,/como el viento ligero de las alas de un ángel/ que se aleja
entristecido,/ que suspira, como sólo suspiran los ángeles/ cuando nadie los
percibe ni encuentran,/cuando un hombre que no conoce a otro hombre/ pasa de
largo y su mirada entristece,/ y su voz es el eco cansado de otra voz/
irreconocible, sobria, difusa.”.
Es difícil que, en el contexto de
esta realidad identitaria, no aparezca la búsqueda
permanente del silencio “por las
aceras oxidadas/ o en soportales donde
anidan relámpagos/ con sabor a destierro/ y el agrio perfume de los orines.”
El silencio, ese silencio que, en el
tercer capítulo, cruje en la noche “en un
milagro de orfandad entregada”.
c)
Por último, si en el primer apartado, el autor nos pone ante la inevitable existencia y en el segundo
ante la fragilidad del ser; en el
tercero, el yo literario se rinde al misterio del dialogo con un tú vital. Ante este, tú, el yo anda palpando “el zaguán de sus ojos” para luego
regresar con cadencias eróticas “por la
calidez de sus muslos”. En este último capítulo, la vida aparece y es sentida como un regalo. Vida ante la que hace
falta mantener el silencio interior, aunque esta se exprese en “los álbumes de fotos” “…Y los recuerdos se agolpen”. Porque es
en esa realidad impresa de la fotografía donde “anidan sueños desatados, / abismos insondables, / en dónde el tiempo clavó
sus agujas/…” La vida reaparece
envueltas de “horas en desaliento…”, que busca lo mejor de ese diálogo.
Vida que es un tú que no admite la muerte: “Donde
está la muerte no está tú”. La vida expresada en “las mañanas tibias”, “en el
nombrar vital de papeles y guías de teléfono”. La vida.
Ahora,
ya de vuelta a la casa, al lugar habitado, ese que “recogerá las palabras escritas, / y de puertas adentro, nuestras manos,
/ decidirán este futuro imperfecto/ que nos ocupa y nos empuja” hacia
ella…hacia “la falsa quietud de las
horas…”
Si tuviéramos que retomar una palabra, una voz, que englobara todo el sentido de la obra
tendríamos que decir, sin lugar a dudas, que esta “voz” es la figura de la casa y ésta como un refugio aunque sea en referencia al propio cuerpo “ferozmente
sitiado”. Una casa, sí, unas
veces, habitada, desde donde se
observa- la ventana; y otras, deshabitada, desde donde se recuerda
al mirar las fotos y las pesadillas “andan
descalzas”. Qué importante es enfrentar esto: lo habitado y lo deshabitado y enfrentarlo desde la mirada y el
recuerdo. Mirar y recordar, dos
registros vitales a los que esta obra nos acerca. Dos registros existenciales
que hablan de reconocimiento. Hay que agradecer a nuestro poeta el hecho de
acercarnos a estos registros vitales y complejos. Porque no siempre se mira y se recuerda, como este poeta lo hace, con la ternura y el empeño con el que él lo indica.
Para
adentrase en este poemario hay que aliarse
con el silencio, ese silencio contemplativo capaz de mirar aunque sea “una presencia de memorias enclaustradas…”.
Un silencio buscado por “aceras oxidadas
/ o en soportales.
Punto final:
Quiero agradecer a José Manuel Vivas
este encargo de presentar una de sus criaturas. Agradecerle la confianza depositada y el haberme
prestado su mirada para hablar de esta existencia al límite en la que nos
encontramos, muchas veces, y que el poemario es capaz de plasmar. Agradezco a nuestro poeta el que haya creado esta obra, este espejo
de palabras, porque esta nos permite reflexionar sobre nosotros mismos y
nuestra existencia.
Advierto
que leer esta obra es no escaparse de la
sincera autocrítica al mirar desde la
ventana de nuestra casa lo que nos envuelve, no siempre lo mejor; leer este
poemario es enfrentar a este “bípedo
animal pensante” con la propia debilidad que, aceptada, ayuda a crecer.
Este sentimiento inteligente, que los versos nos lanzan, hace de esta obra algo
interesante que nos obliga a leerla y no mirar para otro lado ante los
problemas.
Agradeciendo
la presencia de todos los que aquí estáis, y sin abusar de vuestra paciencia,
me gustaría que nuestro autor nos leyera cuatro poemas. Estos
son, para mi gusto, unos de los más significativos y, de alguna forma, son eco
de lo que la obra es:
(Poemas paginas 41 /47/54/ 60)
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